Descubrí a los Smiths con 17 años porque un amigo me dejó una casette que le había grabado su padre. Empecé a escucharla antes de salir por ahí un sábado cualquiera de invierno cuando ya caía la tarde. El sonido del grupo y la melancólica voz de Morrisey me transportaron a una extraña atmósfera de desesperanza y placer.

A los 17 años ya había empezado a comprender que todo estaba perdido. Buscaba la redención a través de la música, la belleza, el amor, la amistad o la perfección. La música de los Smiths me situó ante la añoranza de una vida y un universo imposibles. Me procuró el narcótico y el consuelo necesarios para poder seguir divisando, soñando, deseando. Aquellas frías noches de invierno creí que en medio de la oscuridad y el naufragio acabaría encontrando el calor, la luz y el resguardo.