La Muerte y la Doncella –un título a priori menor en la filmografía de Roman Polanski- es un ejercicio de cine intenso, perturbador y siniestro, vertebrado mediante un triángulo de personajes que acabará enfrentándose a una situación límite y existencial.
Partiendo de un argumento que constituye una especie de sala de espejos que depara reflejos e imágenes contradictorias por doquier, La Muerte y la Doncella propulsa al espectador a una marejada de disquisiciones morales, entre las cuales se pueden encontrar algunas como la identificación de las causas que nos permiten y abocan a ser o no alguien, o, también, la heroicidad -podría ser acaso tragedia- que en ocasiones supone hacer o no algo.
Mediante el thriller como artefacto de disección filosófica, La Muerte y la Doncella condensa en apenas 100 minutos de metraje el eternamente frustrado intento del ser humano por asir la Verdad -o la Justicia- en su concepción más pura e incuestionable.
Pero el afán por extraer esta esencia de lo que podríamos denominar el “core business” de la metafísica tampoco garantiza localizar algo que no sean esquivas y ambiguas conclusiones.
Una de las más claras, no obstante, podría consistir en la siguiente afirmación: al final todo se reduce a dos únicas opciones; ser o no ser, hacerlo o no hacerlo, preferir hacerlo o preferir no hacerlo…
E incluso también: poder hacerlo o no poder hacerlo.