Las ideas no serán tendencia. La producción intelectual, aburrida, innecesaria, y considerada una faceta anticuada, será percibida como una función obsoleta. Tampoco será  tendencia crear, innovar, dudar de lo establecido. Una gran mayoría de las nuevas generaciones asociará el progreso con la adaptación pasiva a un engranaje ya no solo mecánico, sino también intelectual. 

La historia futura, las conversaciones y el conglomerado de la opinión pública ya no serán creadas por figuras y líderes reconocibles. En su lugar bots cuyos propietarios dominarán el mundo dictarán, definirán y conceptualizarán cada milímetro de la realidad social. En esencia, no será una revolución, sino la continuación de un mismo patrón histórico a otra escala tecnológica. 

En la era que viene el pensamiento se industrializará. Las máquinas del siglo XXI serán inteligencias artificiales, complejas, sutiles y ambiguas, de un valor científico y económico insospechado. Y en medio de esta deriva, la gran masa de seres humanos será despojada de su facultad principal: pensar.