Si todos los ciudadanos que secundaron la huelga general celebrada el 14 de noviembre de 2012 en España fuesen preguntados en relación a sus expectativas tras la jornada de paro y protestas, muy probablemente la opinión más generalizada indicaría una incredulidad y desconfianza aplastante respecto a la adopción por parte de la clase política de medidas y alternativas concretas.

Entonces, ¿puede ser efectiva una huelga general en la que los propios convocantes y manifestantes asimilan de antemano el viaje a ninguna parte del conjunto de las demandas de la sociedad?

¿Está lo suficientemente enraizado en el corazón social el deseo de conseguir un cambio de rumbo aplastante y total de la política económica actual?

La respuesta a las dos preguntas es no.

Y de eso se valen los que tienen la mayoría (absoluta) para representar -o debería decirse, inmovilizar- a la sociedad.