El 28-S comenzó con la acusación de González –“me siento engañado y defraudado”-, continuó con 17 dimisiones en la ejecutiva del PSOE y terminó con un editorial del diario El País que calificaba a Sánchez de “insensato sin escrúpulos”. No está mal, ¿no?
Si el desarrollo de este conjunto de acontecimientos internos en el PSOE hubiese correspondido a un guión televisivo o cinéfilo no quedaría más remedio que tildarlo de sublime. “Like clockwork”, como se diría en inglés. Y no solamente en lo que respecta a los actos secuenciados del 28-S, también en relación a la reiterada y probada capacidad para sostener en el tiempo un enigma de una magnitud extraordinaria con tan escasos elementos (coalición y abstención, no y alternativa, terceras elecciones).
Tal vez este enigma no sea intencionado. La crisis de identidad que padece el PSOE, de la cual solamente sus dirigentes son responsables en última instancia, no es nada más que un escenario cotidiano en el que este partido se ha ido autodestruyendo desde la ya lejana eclosión de la crisis económica y el posterior desarrollo de las políticas de austeridad; una combinación explosiva de factores que, en España, casi como en ningún otro lugar de la Europa social, ha activado una especie de cuenta atrás en el sostenimiento presente y la viabilidad futura de lo que se conoce como «sistema del bienestar».
Hagamos un pequeño repaso de este naufragio y veamos cómo, por ejemplo, en las últimas y más recientes semanas, el PSOE no ha dudado en autoproclamarse un partido de izquierdas, si bien no hace muchos meses copiaba frases literales de Suárez y las incorporaba a sus ideas fuerza de precampaña -en una errada apuesta por abarcar el centro del espectro electoral- sin obviar que en no pocas y reiteradas ocasiones un determinado número de sus dirigentes territoriales han venido declarándose partidarios, sin ambages, de una gran abstención, es decir, de una gran coalición con el Partido Popular.
Pero lo más descorazonador de la indefinición en la que el PSOE ha deambulado en el último año –no se olvide tampoco su inaudita disposición a pactar con una formación conservadora como Ciudadanos antes que con una fuerza con la que supuestamente existía mucha más sintonía ideológica como Podemos- es que esta inconcreción de valores ha posibilitado la extensión del gobierno ultraconservador del PP durante un periodo de tiempo de un año completo adicional.
Los que creen que lo vivido en España durante 2016 no es un “ad-infinitum” pensarán también que los recientes acontecimientos del 28-S precipitarán un esclarecimiento necesario, concretando, por fin, una de las tres únicas posibilidades que la situación actual permite contemplar. Primera: más gobierno del PP, como reivindican los dimisionarios del PSOE, los cuales pretenden enmarcar definitivamente al partido dentro del elenco de fuerzas conservadoras. Segunda: un gobierno de alternativa liderado por el PSOE que incluya a distintas fuerzas progresistas. Tercera: Una nueva convocatoria electoral, la opción menos probable en la actualidad.