“No quedaba más remedio”, “hemos de anteponer el interés de España al del PSOE”, “no hay tiempo para unas terceras elecciones”, “al volante de un Ferrari se situaba un líder que carecía de la debida destreza y experiencia”, estas son algunas de las frases que ustedes leerán en la prensa mediática nacional para justificar la abstención de un partido que se autodenomina socialista, obrero y español, en la próxima sesión de investidura de un gobierno de Rajoy asolado por la corrupción.
Una “Gran Abstención”, dígase con total rotundidad, que en esencia no es más que una puñalada directa al corazón de la democracia española, por la vía de la traición inmisericorde a ese mismo electorado mayoritario del PSOE que legítimamente optó por otorgar su confianza a un candidato -ya extinto por gracias y obras tan nocturnas como espurias- harto de sostener en el tiempo que jamás daría su aprobación a un gobierno del PP o de Rajoy.
Los mensajes y las ideas más sencillas son las que siempre tienen más visos de prosperar: “Dada la dimensión de la fractura del PSOE, lo conveniente sería evitar unas terceras elecciones”. Pero aun suponiendo que esta fuera una de esas ideas a las que la opinión pública concede el beneplácito de prosperar, ¿significaría ello, una vez más, que tal suposición debiera pasar por conceder la abstención a ese partido del que el PSOE se considera y consideraba “oposición”?
La democracia española gozaría de mayor credibilidad si las palabras y los actos de las instituciones de quienes la representan se alinearan conformando una estructura coherente y homogénea. El 28-S los actos políticos de 17 personas asesinaron las pocas palabras dadas por Pedro Sánchez a Rajoy (“no”) y con ella la de millones de personas españolas. Y aunque durante un año entero el supuesto líder socialista no tuvo otra cosa que decir, ahora él y su partido ya tienen claro qué es lo que quieren tramsmitir; “ Sí, Rajoy”.