Antes era el PP. Ahora son Podemos y PSOE. Sin olvidar a los independentistas, que siguen subordinándolo todo a su ansiada autodeterminación.

Quién tendrá un grado superior en la culpa. Ni los unos debieron haberse adjudicado Ministerios, ni los otros debieron firmar un pacto tan sumamente traidor e irrelevante, en ambos casos de espaldas el uno al otro.

Lo han estropeado todo. Y ahora, la rabia, cuando no la indiferencia y el hastío, es natural. El país se sume en un 20% -e incluso más allá- de desempleo, al tiempo que la corrupción aflora un día sí  y al otro también.

Nada cambia; “gracias” piensa el PP. Mientras tanto, el papel estelar que Ciudadanos cree ostentar. El dilema tramposo de que es urgente cambiar por cambiar. Sin que en realidad nada vaya a cambiar. El eslogan de que es necesario derogar la reforma laboral. La maldita plurinacionalidad.

Hasta ahora sin visos de conjugar dos modelos de estado que nacen tan contrarios y enfrentados. Buenos días 20-D. La ingobernabilidad era esto. El bipartidismo era la estabilidad. La Unión Europea el corsé. Estados Unidos el observador invisible, eterno.

Lo están haciendo mal. Ellos. Nosotros. Nadie. Quizás todo se pueda arreglar. A veces se puede discrepar. Sin manipular el significado de lo que todo el mundo entiende por cambiar. Paro no es empleo. Temporal no es estable. Salario no es complemento. Autodeterminación no es arbitrio. Ecología no es contaminación. Progreso no es inmovilismo. Reforma no es barniz.

La buena disposición hacia un pacto entre Podemos y PSOE es lo que en primer lugar debe cambiar. Partiendo de su necesaria colaboración, para añadir el respaldo de los nacionalistas y la aceptación democrática en última instancia de Ciudadanos y PP. Pruebas de fuego quemadas ya. Llega la hora de abordar y de solucionar. Primero hacedlo. Después contádnoslo.