La filosofía, el hombre o la humanidad seguirán buscando eternamente.
Supongamos una colisión de derechos. ¿Cuál debería prevalecer? ¿Existe alguna ciencia que pueda darnos la respuesta?
La política, la economía, la religión o incluso la oratoria lo son para algunos.
Pero ¿aceptaremos soluciones que no sean puramente científicas o que no estén basadas en argumentos y criterios estrictamente objetivos?
Vayamos al quid de la cuestión. ¿Cuándo podemos aceptar que un derecho cualquiera A debe prevalecer sobre un derecho cualquiera B?
Imaginemos una colisión de derechos concreta; el supuesto derecho a no pagar impuestos de la persona A, frente al supuesto derecho de la persona B a obtener servicios públicos.
Obsérvese, también, que hasta la disyuntiva planteada entre derechos “individuales” y “colectivos” nos remite a conceptualizaciones dudosas. ¿Quién y cuándo deja de ser individuo para comenzar a ser colectivo?
Siguiendo esta línea de argumentación, ¿es coherente contraponer derechos individuales frente a derechos colectivos, si unos y otros están entremezclados y son ideas arbitrarias en el tiempo?
Pero añadamos otro ejemplo más de colisión ciñéndonos a la idea central de la discusión; el supuesto derecho a la objeción de conciencia aducida por los médicos, frente al supuesto derecho de las mujeres a que el colectivo de los médicos les asista en la práctica de abortos.
En esta piscina de debates, batallas, dilemas y paradojas existenciales nos encontramos sumergidos sin ninguna clase de consenso científico, político, ideológico o filosófico.
Pensemos, pues, en un método que pudiera reducir cualquier conflicto de intereses a la simplicidad y contundencia de una ecuación matemática que colmara toda nuestra sed de acuerdos, justicia, igualdad…
¿Encontraríamos en las soluciones halladas mediante algoritmos matemáticos -robots desprovistos de subjetividad y emoción algunas- menores niveles de conflicto, sufrimiento o desavenencias en el mundo?
Dicho de otra manera, ¿es posible encontrar el objetivo de convivencia y armonía perfectas tanto para la humanidad, como para el individuo?
Pero este era el punto inicial de la discusión.
Lo expuesto puede ser un planteamiento acertado. Pero ¿para qué sirve? Todo parece remitir siempre a la pregunta ¿es útil o no es útil? A la vida no se viene a dudar. Si dudas, mueres.
Lamentablemente, solo con divagaciones jamás llegaremos a un acuerdo entre capital y trabajo. Solo hay una alternativa. Comunismo o barbarie