“Vamos a vivir tiempos duros, reivindico un pacto, permanezcamos unidos”. Esta es la confirmación definitiva de aquellas advertencias lanzadas primero desde los mass media, luego desde los organismos internacionales y finalmente desde las ruedas de prensa institucionales.
La historia se repite para dar por sentada una nueva crisis -con mayúsculas- que lo va a arrasar todo, que nadie va a cuestionar, que va a ser culpa de la UE, y ante la cual la estrategia pasará por unos denominados “pactos” vinculados, erróneamente, al siempre grandilocuente y manipulado sentido de Estado.
La misma música, con idénticas referencias a la unidad, que lanzara la pasada década el infame Partido Popular, cuando tras la asfixiante crisis financiera hizo un llamamiento institucional a la grandeza y al sacrificio de todos los españoles para salvar la riqueza y el estatus de los cuatro dueños del país.
Y ahora, con el PSOE al frente, sin haber digerido todavía por completo aquella crisis fatal, con una tasa de paro en el 15%, pero actuando políticamente como si eso fuera lo normal y “aquí no hubiera pasado nada”, vuelven las apelaciones a la unidad y a esa supuesta hermandad de partidos que toda la ciudadanía debería respaldar, porque “esta nación se va sobreponer heroicamente a las adversidades si gobierno, oposición y sociedad arriman el hombro y se ponen del mismo lado”.
El riesgo de que se reproduzcan de manera literal otra vez los mismos errores del pasado -aquellos sobre los que cada nueva crisis se abre el debate acerca de la posibilidad de su superación o no- es tan elevado que muy probablemente llegará también aquello de “os pido paciencia para que podáis obtener la merecida recompensa cuando todo haya pasado”. A lo que faltaría añadir: “exactamente cuándo aún no lo podemos precisar, pero sed conscientes de que será así siempre y cuando no vuelva otro monstruo, de cualidades terribles que nadie en su cabal juicio, formado en el visionado de los actuales musicales enlatados de RTVE, osará discutir.”
Solo entonces vendrá la siguiente fase, que tendrá lugar precisamente en ese sano juicio, en esa opinión pública, por la cual mayoritariamente se acepta que el modelo económico sea un «sálvese quien pueda legal» en temporada ordinaria, pero un asunto de Estado en temporada crítica, cuajando como muy sensata y razonable la extensión ilimitada en el tiempo de todos los esfuerzos que sean necesarios realizar por consecuencia de un shock repentino y coyuntural.
¿Qué ley, ya sea en política o economía, nos dice que en determinados momentos deba imperar la cooperación, la solidaridad, la unión y la fuerza (con el objetivo de echar sobre las espaldas de los más débiles la penuria), y en todos los restantes la burda y aventajada competición? ¿Quién no considera una incoherencia absoluta reclamar todo ese elenco de citadas virtudes solamente en momentos clave, cruciales y excepcionales, para abrir la veda de cuellos y cabezas pisadas, botellas de champán descorchadas, el resto del tiempo?
En este contexto, pedir en el campo político esa clase de sentido de Estado a quienes reniegan del propio Estado -tratándose como es sabido de reconocidos partidarios de los axiomas neoliberales e individualistas– es, no solo un imposible, sino una puñalada a la sociedad trabajadora española, quien con total seguridad vería en los pactos así alcanzados una dilución absoluta de sus principios de conducta moral y política, legítimamente cristalizados en el actual ejecutivo de la democracia española.