La inflación subyacente es el concepto que hace referencia a la evolución de los precios de una cesta representativa de bienes y servicios de consumo de la que quedan excluidos los productos energéticos y los alimentos no elaborados.

Esta exclusión se realiza para evitar que la fluctuación en los precios de estos dos tipos de bienes, extraordinariamente sometidos a las mismas por razón de su pertenencia y ligazón a mercados monopolísticos y especulativos, afecte a la trayectoria de inflación determinada por el resto de bienes y servicios integrados metodológicamente en el Índice de Precios al Consumo (IPC).

Por consiguiente, la inflación subyacente proporciona la trayectoria gráfica de los precios de los bienes y servicios que no tienen vínculo alguno con lo sucedido en el mercado energético y de materias primas alimenticias, expresando, además, la posible tendencia de inflación general de la economía en el medio plazo.

Así, el gráfico inicial muestra, al objeto de facilitar lo explicado con anterioridad, la evolución tanto de la inflación general, como de la inflación subyacente y de los productos energéticos en España, en una sola imagen que evidencia, por un lado, la gran inestabilidad de los precios energéticos -con el petróleo y derivados del mismo a la cabeza-, y, por el otro, la gran capacidad de arrastre que ésta consigue sobre la inflación general al enviarla hacia valores situados por encima de la inflación subyacente cuando los precios de los bienes energéticos se disparan (1) y viceversa (2).

No hay que olvidar, en consecuencia, que la ponderación o el peso que los productos energéticos tiene en la cesta representativa cuya evolución de precios en España analiza el IPC asciende a un 12% en 2015 según la metodología indicada sobre inflación subyacente por el Instituto Nacional de Estadística, en la que los alimentos no elaborados representan un 6,6% sobre el total.

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