Yo calculo que tendría unos 5 ó 6 años. En la televisión emitían una película de una atmósfera nocturna y misteriosa. Sería la mitad de la década de los 80. El protagonista era un tipo joven, normal, simpático.

Quince años más tarde descubriría que se trataba de “Jo, qué noche” -o, según el título original, “After Hours”-. Es decir, de una las mejores películas del cine mundial del siglo XX. Obviamente, voy a explicar por qué. Atención si no la has visto porque a continuación se analizan aspectos clave de su argumento.

Comedia existencialista

Probablemente no haya ningún otro título cinematográfico en la filmografia universal que pueda responder mejor a este apelativo. “Jo, qué noche” es un tratado existencialista en clave cómica. No narra otra cosa que la repetida serie de acontecimientos absurdos a la que es sometido el protagonista, mientras el espectador asiste imantado y atónito a unas desventuras tan inexplicables, como trágicas y cómicas (por paradójico que esto resulte).

Vacío laboral y vital

No hay que pasar por alto el preciso retrato preliminar que se ofrece del protagonista al comienzo del metraje. Un tipo totalmente desconectado en lo emocional de su quehacer diario. Que ha asumido que no encontrará ninguna satisfacción en su desempeño laboral. Que contempla incrédulo y con total desinterés las aspiraciones de aquellos otros compañeros de trabajo que inician su trayectoria profesional. Y cuyo reposo, cuando ya ha finalizado su jornada, lo obtiene en un apartamento impregnado de derrotismo, soledad y desesperanza en el mismísimo corazón de la metrópoli de Nueva York. 

Universo paralelo

En el contexto de una cotidianeidad diaria de ordenadores, trajes y corbatas, funciones, horarios y formalismos, todos los días terminan igual salvo por un acontecimiento inesperado y frenético que rompe la monotonía habitual. Se inicia así un tormentoso recorrido “After Hours”. «Jo, qué noche» retrata la alocada trayectoria nocturna con la que debe lidiar el protagonista del film al término de su jornada, tan solo por pretender buscar más allá de las rejas del trabajo alguno de los pequeños sueños que en el interior de dicha jaula es consciente que jamás encontrará.

Lucha estéril frente al destino

El héroe de After Hours se rebela ante todas y cada una de las inclemencias con que se topa a lo largo de su odisea nocturna. Nada tiene sentido. Su destino es, efectivamente, una mera incongruencia, una incongruencia que conforme demuestra ser irresoluble se torna más exasperante, fatídica y desquiciante. Al final él mismo reconoce, o más bien implora, alzando los brazos al aire sin saber muy bien a quién, que «sólo quiere vivir». Ya ni siquiera sufre por saber que el marco de sus actos, que el margen de su libertad, se han demostrado inútiles e irrelevantes. Todo ha quedado reducido, simplemente, al mero hecho de querer seguir viviendo. A pesar de todo. A pesar de la pesadilla en que se ha convertido la noche.

El amor como salvación frustrada

La búsqueda del amor, como salvoconducto para escapar de la soledad, del tedio vital, y en definitiva, del laberinto existencial es el desencadenante de una odisea cronometrada que discurre al margen del destino oficial del protagonista. Para conseguirlo estará dispuesto a enfrentarse a todo tipo de absurdos y a sortear todo tipo de obstáculos. En algún momento de la noche todo parece llegar a constituir incluso un complot, una conspiración de la realidad por devolverle al útero del que procede. En síntesis, una conspiración por devolverlo a “casa”.

Reingreso «voluntario» en la jaula

Sucio, cansado y derrotado, el amanecer asoma y las puertas de la fortaleza vuelven a abrirse como cada mañana. Sin haber dormido y maltratado por el conjunto de visicitudes que le han sido deparadas, la fuerza inexorable del destino le arroja como un insecto a la boca del hormiguero donde comenzará de nuevo su jornada. Sin oponer ningún tipo de resistencia, avanza hacia ella con una inercia sorda y penosa, para abrazar sin rechistar el sórdido designio de su existencia.