Confieso una especie de profunda devoción hacia el economista Paul Krugman. Está situado muy cerca del poder, pero mantiene constante su capacidad de pensamiento crítico. No tiene la dimensión mediática de muchos de los benevolentemente considerados “analistas”, pero es uno de los pocos autores capaces de llevar el propio timón de sus conclusiones. Krugman sería algo así como uno de los más fidedignos exponentes de la contraeconomía, por utilizar un símil paralelo con el sugerente concepto de ‘contracultura’.

Tal vez alguien pueda pensar que en este economista las etiquetas mainstream y vanguardista combinan demasiado mal o demasiado bien, pero en mi opinión Krugman es uno de los pocos economistas reconocibles a los que no es fácil engañar, y esta pequeña peculiaridad, por insignificante que dicho de este modo parezca, es una de las más difíciles de observar en el apasionante mundo de “teóricos” enfrentados en tratar de conseguir razonar mejor que nadie en torno a la misma mentira.

A mí, no sé si por un defecto de serie o por alguna otra circunstancia, este tipo de espectáculo masivo me produce una náusea deprimente, y el hecho de pensar que en el mundo académico Krugmans solo hay unos pocos, me hace reflexionar en la concurrida espiral de fake news y redes sociales, alimentada por el apoyo insípido y divulgativo de autores representantes de la simple, pero peligrosa, cultura y economía dogmática, esa que jamás tendrá la preposición “contra” entre sus galones.

La facultad de rechazar una idea comúnmente aceptada no es una empresa al alcance de cualquiera. Cuestionar mantras, oponerse a ellos, razonar en contra de lo preestablecido no es sencillo para determinadas personas. La mayoría  ni siquiera se dan cuenta de que eso es posible. “El PIB ha crecido un 3% este año, el próximo bajará un 2%, el mayor descenso de los últimos veinte años”. Bien, de acuerdo. Bien, es evidente que… y así constantemente. La costumbre nos ha hecho creer que los economistas son meros intérpretes de datos, meros receptores de materia prima. Bien, yo venero a quien, como Krugman, es capaz de decir, en ocasiones, que la materia prima está podrida.