Ya lo sabéis, Platón tenía un propósito. Diseñar un Estado justo donde todos sus ciudadanos fuesen felices. Pocas cosas deben de ser tan difíciles, inútiles, imposibles, bellas. Y más, cuando para la construcción de la República ideal las resistencias que hay que desmontar son de la siguiente clase:

– Nadie es justo por voluntad, sino por necesidad. Ser justo no es un bien en sí, puesto que el hombre se hace injusto tan pronto como cree poderlo ser sin temor.

– El gran mérito de la injusticia consiste en parecer justo sin serlo.

– Quiero yo que decidamos acerca de la felicidad del hombre justo e injusto. El justo será azotado y se le hará comprender que no hay que cuidarse de ser justo y sí de parecerlo.

– Si alguno combate la injusticia es porque la cobardía, la vejez, o cualquier otra debilidad le hacen impotente para obrar mal.

Platón deja hablar primero a sus adversarios. Sus argumentos llegan a parecer por momentos irrebatibles. Tal vez lo sean. Pero el esfuerzo posterior puesto en práctica para contrarrestar ¿la realidad? y construir ¿el ideal? es admirable. Un ejercicio probablemente inalcanzable para los que no están llamados a ser “guardadores del Estado”, esto es, filósofos.

– Si desde la infancia nos hubierais inculcado esta verdad , en lugar de prevenirnos contra la injusticia de otros, cada uno de nosotros se pondría en guardia contra su misma injusticia , y temería darle entrada en su alma, considerándola como el mayor de los males.

– ¿Hay en un Estado señal más segura de una mala educación que la necesidad de médicos y jueces hábiles no solo para los artesanos y pueblo bajo, sino también para los que se precian de haber sido educados como hombres libres? ¿No es cosa vergonzosa y una prueba insigne de ignorancia el verse forzado a acudir a una justicia extraña por no ser uno mismo justo, y el convertir a los demás en dueños y jueces de su derecho?

– ¿No es la injusticia el más grande, el verdadero crimen contra el Estado? Cuando cada uno de los órdenes del Estado, el de los mercenarios, el de los guerreros y el de los magistrados, se mantiene en los límites de su oficio y no los traspasa nos encontramos con que esto es lo contrario de la injusticia y lo que hace que una república sea justa.  Lo bello es difícil de realizar.

– Los magistrados se ven muchas veces obligados a acudir a engaños y mentiras, consultando el bien de los ciudadanos, y hemos dicho en alguna parte que la mentira es útil cuando nos servimos de ella como un remedio.