El actual clima de baja inflación, o incluso deflación –tasas negativas o muy bajas de precios de consumo con escaso crecimiento-, es un fenómeno generalizado que está afectando a la mayoría de las economías avanzadas. Aunque los datos de septiembre en la eurozona son moderadamente optimistas y confirman una subida del 0,4% todavía están muy lejos del 2% deseado por el Banco Central Europeo (BCE), que no está consiguiendo el repunte esperado pese a las medidas monetarias de estímulo.

Esta tendencia bajista recorre todos los sectores implicados y es especialmente significativa en los bienes de consumo más que en los servicios. Según Eurostat han subido los precios de energía, alimentos y alquileres, todos ellos muy volátiles. Ante esta situación las autoridades monetarias han comenzado a fijarse en la inflación subyacente –aquella que no tiene en cuenta alimentos y energía- pero también este dato está muy por debajo de lo previsto

Respecto a las causas de la baja inflación, el Fondo Monetario Internacional en su Outlook de octubre señala dos factores claves:

  • La débil demanda agregada y la amplia capacidad económica ociosa (recursos productivos no utilizados, por ejemplo la mano de obra)
  • La caída en los precios de las importaciones, especialmente del petróleo y otras materias primas.

El caso chino es particularmente importante ya que como resultado de su gran capacidad industrial ociosa, las importaciones manufactureras del resto del mundo se han abaratado notablemente.

Esta tendencia a la baja de los precios puede obstaculizar la actividad económica a través de tres vías principales:

  1. El descenso de la inflación supone un incremento de facto en el coste de las obligaciones crediticias ya que su valor nominal se mantiene constante. Esto supone una pérdida de poder adquisitivo para los deudores y con ello, una reducción de la demanda agregada.
  2. Cuando los precios caen, las unidades económicas tienden a postergar sus gastos. Esto tiene un impacto negativo sobre el consumo, la inversión, el empleo y la producción, lo que alimenta las presiones deflacionarias. Por tanto, existe el riesgo de creación de bucles perniciosos con consecuencias económicas muy graves.
  3. Reducción de la capacidad de maniobra/acción de las autoridades monetarias. Entornos de baja inflación suelen ir acompañados de políticas monetarias expansivas. Sin embargo, existe un límite inferior al que los tipos de interés nominales pueden caer: cero. Si bien es cierto que los bancos centrales disponen de medidas no convencionales, los riesgos asociados con su uso son inciertos, especialmente a largo plazo. Además preocupan especialmente sus efectos colaterales sobre la resiliencia financiera.

Evitar el riesgo de presiones deflacionarias y sus consecuencias negativas sobre el desempeño económico requiere un plan de acción integral y coordinado que movilice todas las herramientas disponibles. En términos generales, esto implica continuar la implementación de políticas monetarias laxas. Es fundamental además favorecer consolidaciones de las cuentas públicas más dilatadas en el tiempo, de forma que la política fiscal pueda orientarse a estimular la demanda agregada. Por último, a fin de potenciar la confianza y evitar la aparición de desequilibrios, es esencial continuar el proceso de reformas en ámbitos clave como es el sector bancario.