La Monarquía es una institución hereditaria que ocupa la Jefatura del Estado. Olvidad por un momento lo que dicen los libros de texto o los boletines oficiales sobre las funciones de un Rey y prestad atención.
La Monarquía es uno de los vértices del poder estatal. Y el estado es la infraestructura necesaria del sector privado. No os despistéis con las etiquetas. Detrás del sector privado hay personas. Algunas de las cuales son íntimas y cercanas a la figura del monarca. Algunas de las cuales tienen la propiedad de las más importantes empresas, medios de comunicación y partidos políticos del sistema. Una parte ingenua de la sociedad cree que el Rey se limita a pronunciar discursos de navidad y visitar escuelas y hospitales. Es razonable si nunca han tenido la oportunidad de pensar las funciones de esta institución más allá de los ángulos que el propio estado, como es lógico, provee de manera sesgada e interesada.
Pero comprenderéis que la realidad es distinta. La figura de un monarca reproduce en los tiempos actuales el rol de un representante empresarial a comisión. Un rey intermedia entre estados y/o empresas para conseguir acuerdos comerciales beneficiosos para ambas partes. Y la intermediación en operaciones de especial volumen no es precisamente un servicio gratuito. Ni tampoco está todo el mundo capacitado para proveerlo con idéntica inteligencia. De la misma manera por la que es es razonable que los descendientes de un relojero reciban conocimientos, saberes y contactos muy específicos en ese ámbito de actividad, la Monarquía también acumula un bagaje de sabiduría transmitida de padres a hijos, seguramente con mucha mayor precisión, intensidad y virtuosidad que si tuviera que adquirirse, por así decir, desde cero, debiendo ser transmitido de manera frecuente, por encima del periodo generacional.
Las relaciones personales de los monarcas con sus homólogos se asientan sobre siglos de historia, no sobre períodos electorales de cuatro años. Son quienes conocen la verdadera historia, la verdadera riqueza y la verdadera ciencia. Cualquier persona con un mínimo interés en cualquiera de estos ámbitos debe tener una única misión, lograr acceso al rey, principalmente en exclusiva, y a continuación lograr su simpatía, no os costará mucho entender cómo. El resto queda de su parte, otra forma como ninguna otra de ganarse la vida.
Entenderéis también por qué hay tantos poderosos en el mundo fervientemente defensores de las monarquías aun sabiendo perfectamente que enternecernos con la «patria» los corazones no es su auténtica razón de ser. O entenderéis también por qué todos aquellos personajes del ámbito político entre cuyos principios sagrados aparece en primer lugar el republicanismo nunca tienen la suficiente energía ni el suficiente tiempo para luchar verdaderamente por este principio en la práctica democrática y dialéctica. Diremos pues, al objeto de descargar su culpa, que las armas de unos y otros son muy desiguales. No os lo podéis ni imaginar. Al final nadie quiere la igualdad. Y por tal razón, la igualdad, más que una utopía, es un monstruo imaginario que no existe ni en las monarquías ni en las repúblicas.
Y ahora todos a ver Netflix. Tranquilos, que no le haréis spoiler al Rey.