¿Qué somos antes? ¿Individuos o colectivo?

Sobre dicha disyuntiva gira el argumento de El Manantial, un film de 1949 con Gary Cooper en el papel de actor principal.

Al arquitecto Howard Roarke le ofrecen construir uno de los edificios más representativos de la ciudad.

Solo pone una condición; construirlo “a su manera”.

Pero los miembros del consejo de administración del periódico “The Banner” también ponen las suyas.

Tiene dos opciones; o someterse, corrompiendo en algún grado su integridad personal, o mantenerse firme y perder una oportunidad irrepetible para alcanzar el éxito profesional.

La película El Manantial promueve una ecuación en la que la variable “libertad” prevalece sobre todas las demás.

Aun cuando pueda ser contraproducente y abocar al propio fracaso.

Aun cuando no aporte nada al colectivo y merme al conjunto de la sociedad.

Una ecuación individuo-colectivo que “romantiza”, pues, la libertad.

La industria del cine norteamericano está plagada de ejercicios propagandísticos de este tipo, por cierto.

Y lo está porque el modelo socioeconómico del que depende requiere de una cantera con capacidad para producir un número suficiente de individuos que se consideren “libres” a sí mismos.

Paradójicamente, entre los propósitos encomendados a algunos de los pocos que finalmente resultan elegidos se encuentra el perfeccionamiento del marco -colectivo- en el que un mayor número de individuos puedan quedar diluidos.