Según la RAE, el boicot es una acción que se dirige contra una persona o entidad para obstaculizar el desarrollo o funcionamiento de una determinada actividad social o comercial.

En el contexto actual de posible boicot a los productos catalanes conviene recordar que el origen de este término económico viene del apellido del capitán Charles Cunningham Boycott. Administrador de fincas en Irlanda a mitad del siglo XIX, rechazó una bajada de las rentas exigidas por los granjeros, que decidieron, debido a ello, negarse a trabajar o cosechar en sus terrenos. Finalmente el capitán Boycott huyó con su familia.

Este tipo de acción ha tenido ejemplos muy relevantes a lo largo de la historia. Por ejemplo, en 1915 Mahatma Gandhi llamó en la India a boicotear los productos británicos y así favorecer a las industrias locales.

En el año 1955, Martin Luther King se puso al frente de un boicot a la compañía de autobuses, cuyo conductor llamó a la policía que arrestó a Rosa Parks por no ceder su asiento a un blanco.

Es difícil comparar el boicot a productos catalanes (el 23% de los consumidores españoles, sin incluir a Cataluña, ha dejado de comprar productos catalanes y otro 21% se plantea hacerlo en el futuro), con los ejemplos anteriores, fundamentalmente por el componente moral de estos últimos. Sin embargo, la comparación si puede servir para realizar un análisis del mismo.

En primer lugar podemos observar que el boicot a productos catalanes, que tiene como fin el frenar el movimiento independentista catalán, no es tan directo como los anteriores. No se busca perjudicar a las empresas catalanas en sí, sino que la amenaza a las mismas haga que la opinión pública catalana se ponga en contra de la independencia.

Este efecto, sin embargo, se puede volver en contra de lo pretendido. Un castigo por parte del resto de España a la economía catalana puede generar un sentimiento de rechazo de los catalanes, que haga aumentar el apoyo a la independencia.

También hay un componente de injusticia en el boicot a los productos catalanes. El apoyo a la independencia en Cataluña, según las encuestas, es de alrededor de un 50% de la población. Se puede deducir, por tanto, que un 50% de las empresas son también contrarias a la misma. Se podría estar boicoteando a un porcentaje muy alto de empresas que están en contra de la independencia.

También se puede argumentar que el boicot a los productos catalanes triunfó en su objetivo, al conseguir que muchas empresas cambiasen su sede social, en los días previos y posteriores a la frustrada declaración de independencia catalana. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, este cambio de sede social vino dado por el temor a la inseguridad jurídica que podía generar dicha declaración, y no por el miedo a un boicot.

Además, en una economía tan interrelacionada como la actual, el boicot a un producto catalán probablemente conlleve estar boicoteando indirectamente a productos del resto de España que pudieran ser utilizados para la fabricación de dicho producto catalán.

Por último, nadie (partidos políticos, asociaciones empresariales, etc.) defiende abiertamente la implementación de un boicot, por las razones antes dadas y por los propios perjuicios que les podría acarrear favorecerlo abiertamente.

En definitiva, son muchas las razones por las que sería mejor no llevar a cabo un boicot a productos catalanes en el resto de España. Probablemente, ni Mahatma Gandhi ni Martin Luther King lo apoyarían.

Artículo escrito por Francisco José Bustos Serrano